domingo, 16 de septiembre de 2007

Santuario de la Naturaleza "Carl Anwandter"

Un-dos-tres-un-dos-tres, fueron las primeras ordenes que recibimos en esta aventura, y no es que estuviésemos formando equipos, sino que era el imperativo para interpretar el sinfónico golpetear de nuestros remos en el Río Iñaque, punto de inicio esta Travesía o Transecto como las llamaré desde hoy en adelante. (Transecto es un término utilizado por biólogos y se refiere a trazados que se realizan en el área de estudio cuando se realizan estudios de campo).

El mes elegido fue Febrero, pues es más fresco y además teníamos el tiempo suficiente para arreglar todo el equipo. Salimos un día Sábado desde Iñaque, sector que se encuentra a unos pocos kilómetros de Mafil (Curva del puente Iñaque yendo de Valdivia a Mafil) y nos propusimos llegar al otro día a Valdivia.

Nuestro grupo de aventureros estaba compuesto por Carlos, Mariana, Daniela, Angélica y Yo, Felipe. Emprendimos rumbo aproximadamente a las 11.30 hrs. en tres kayaks, dos dobles y un solitario Carlos remando.

El paisaje del río Iñaque es bastante particular. Su ribera es muy frondosa, por lo que nos acompaño todo el primer tramo del viaje un majestuoso verde veraniego. El día estaba hermoso para remar, si bien el sol estaba radiante, no estaba totalmente despejado, unos pocos "cirros" nos acompañaban y si bien nos anunciaban lamentablemente un cambio brusco del clima con un descenso en las temperaturas, no dudamos en continuar adelante y cumplir con nuestra meta.

Durante la navegación por el Iñaque, que es un angosto río que serpentea por campo agrícolas y ganaderos del sector de Mafil, nos cruzamos con varios animales (bovinos) muertos o mas bien ahogados, a quienes el destino los tomo por sorpresa al momento de ir a beber un poco de agua y los llevo a pastar a otras praderas. Atrapados entre los árboles y ramas que adornaban con distintos matices del verde ambas riberas del río nos mostraban lo cruel que puede llegar a ser la hermosa naturaleza.

Luego de avanzar unas dos horas por este río llegamos a la confluencia con el río Mafil, que es un pequeño río que llega con varios brazos hasta un lugar bastante bajo, pero que sigue siendo navegable, al menos en los kayaks. Aquí ambos ríos toman rumbo hacia el Oeste para llegar con más fuerza hasta el río cruces en el sector de Pichoy.

Es en este sector donde la inmensidad del río cruces nos distrae por un momento. Es interesante pensar en como aquella grandiosidad tan solo partió como pequeñas hileras de agua bajando de la cordillera las cuales con un armónico trabajo dan vida a este fausto hábitat que embellece de manera singular el espíritu de todo aquel que logra conocer aquellos parajes.

En Pichoy y luego de cruzar el puente buscamos un lugar para almorzar. Estuvimos aproximadamente una hora en eso, remando para todos lados, hasta que nos decidimos por un pequeño espacio en la orilla norte por el cual pasaba a 5 metros un camino interior.

El sector estaba lleno de pequeños “bosquecillos” de lotos con flores de distintos colores; logramos ver amarillas, blancas y rosadas. Un bello paisaje en un lugar que para llegar hay que solo atreverse y lanzarse a la aventura.

Durante el terremoto del año ´60 el río cruces creció bastante ya que muchos de los sectores ribereños se hundieron y el agua anego muchas hectáreas de campos, provocando perdidas grandiosas de cultivos y animales. Pero la fuerza de la naturaleza no fue en vano y creo un espectacular lugar el cual favorece la existencia de muchísimos nichos ecológicos particulares del sector y lo que atrae la admiración de todo el mundo. Hoy en día el río cruces es la columna vertebral del SANTUARIO NATURAL RIO CRUCES "CARLOS ANWANDTER", sitio protegido por la convención Ramsar y lugar de belleza indescriptible para aquellos que salen de la ciudad en busca de su reencuentro con el aire libre y la madre tierra.

Luego de remar alrededor de seis horas y cuando se había levantado un viento bastante fuerte (recordamos en este momento los cirros que nos acompañaban antes), decidimos buscar un lugar de manera urgente para poder pernoctar. La búsqueda fue difícil, porque antes debimos salir de lo que alguna vez, antes del terremoto, fue un hermoso bosque, que en estos momentos estaba hundido bajo el agua. Estos bosquecitos, que se encuentran hundidos en mas de el 75% de su altura, son bastante comunes en todo el río, y proporcionan molestias a la hora de estar en apuros de llegar a una orilla. Nos sentíamos como moscas en una tela de arañas, incapaces de escapar rápidamente, pero afortunadamente supimos esquivarlos y llegar hasta un lugar que desde el río pareció apto para acampar.

El lugar que divisábamos estaba rodeada de juncos por lo cual se nos hizo bastante complicado "hacer puerto", debimos remar una distancia considerable por la orilla hasta que encontramos un lugar que nos permitiera llegar a tierra firme. Cuando nos bajamos de los kayaks y luego de caminar por un tipo de fango que era bastante agradable al tacto de los pies, logramos pisar firme en lo que hasta ese momento era un imponente terruño en las orillas del grandioso río Cruces. Mas tarde comprendimos que en el lugar en que estábamos no era un simple sector ribereño al río, sino que era una maravillosa isla. Un regalo inesperado en un momento de confusión luego del cambio repentino del ánimo del río.

Ya en la isla nos transformamos en humildes versiones de Amundsen y comenzamos a explorar aquella maravillosa campiña, lugar idílico y maravilloso que nos dejo consternados por algunos minutos. Ya nos habíamos inmiscuido en la vida intima del santuario y ahora se nos presentaba otro desafió ecológico; aquella isla de la cual jamás habíamos escuchado antes de salir en nuestro Transecto. Un regalo del cielo o un encuentro con el destino. Lo analizamos durante la noche junto a la fogata.

La isla tenía algo así como dos pisos, arriba una gran pradera de pasto muy corto y arbolitos rodeados con pequeños cercos y en el primer piso una hilera de árboles y juncos la rodeaban coronándola con aquella distinción de nobleza real. Continuamos caminando y admirando lo lindo del lugar hasta que a lo lejos divisamos algunos animales algo desconocidos. En un inicio pensé que eran pudúes, pero luego supimos que eran gacelas, y cuando estábamos en éxtasis admirando el regalo que nos tenía guardado la isla logramos divisar unos tímidos ciervos, que asustadizos huyeron en el momento que nos vieron. Tras unos minutos de apreciar tales maravillas vimos que venían hacia nosotros unos emúes corriendo en grupo y tras de ellos un hermoso caballo blanco. Cuando ya atardecía vimos también algunos pavos reales, en conclusión, no podía estar siendo mejor nuestra aventura. Luego de esos minutos de admiración y deleite, decidimos buscar el lugar apropiado para poner nuestra carpa.

Por el hecho que el lugar estaba muy bien cuidado, decidimos por supuesto, pedir autorización para poder quedarnos a acampar ahí. Así fue como encontramos una casa en el otro extremo de donde habíamos llegado y le pedimos a la señora que allí vivía junto a su esposo, si es que era posible acampar en la isla. Ella amablemente respondió que sí. Además preguntamos cual era el nombre del lugar dónde estábamos, a lo que ella respondió; ISLA CORCOVADO.

Antes de cenar, admiramos el atardecer en compañía de una araucaria araucana, la única del lugar, que con certeza fue plantada hace ya algunos años en aquel lugar para embellecer el paisaje y regalar a gente como nosotros una puesta de sol llena de imágenes nuevas, con el astro rey escondiéndose tras las montañas del parque oncol y reflejando su últimos rayos de luz en el escenario principal de nuestra aventura: el cruces. Un majestuoso fin del día y el inicio de las actividades nocturnas de camaradería.

Durante la cena, compartimos nuestras emociones, mencionamos lo interesante y agradable para el espíritu que es optar por aventurarse y descubrir lugares inesperados. Es un estilo de vida que muchos, por quizás qué razones no se atreven a instaurar en su diario vivir y que en realidad no requiere de más que decisión y ganas de descubrir en la vida al aire libre aquella parte de nuestra personalidad que necesita de momentos de contemplación de la naturaleza y de reflexión personal en un escenario donde la fuerza de la vida queda de manifiesto en cada metro que logras observar. Finalmente todos concordamos que la salida había sido un éxito y que aquello que había comenzado como un fin de semana de aventura se había transformado en algo más trascendental para nuestras vidas.

Por la mañana, mientras algunos preparaban el desayuno, otros levantábamos el campamento y ordenamos todo para partir y hacer el último tramo de nuestro recorrido. Debíamos enfilar rumbo hacia San Ramón y luego teníamos presupuestado pasar a Punucapa, ya que estaban en la semana del pueblito.

El desayuno nos vigorizo y calentó un poco el cuerpo, ya que por la mañana una densa neblina se dejo caer e hizo disminuir la temperatura, esto adorno con nuevos colores y sensaciones a Corcovado los cuales por supuesto desde otra dimensión siguieron siendo igual de maravillosos.

Tras salir desde el estacionamiento natural adornado con sauces por los lados y con un pórtico por el frente de junquillos, tomamos los Necky Amaruk y el Manta de Ocean Kayak y comenzamos nuestra remada con un poco de frío hacia el sector de San Ramón.

San Ramón en años anteriores al ´60, fue un lugar con mucha vida y dinamismo agrícola y ganadero. La familia Manns administraba grandes praderas donde se cultivaba trigo y además se forrajeaban animales lecheros. Gran parte de la población que vivía en el sector y sus alrededores trabajaban en aquel fundo y hacían de él, el sustento familiar.

En escritos de colonos que alrededor del año 1850 buscaban tierras cultivables podemos leer:

“La espesísima y pantanosa selva virgen obstaculizaba el avance de la expedición, los trabajadores iban con mucho recelo, porque creían, que los brujos que según ellos dominaban las cercanías de los ríos esperaban a su llegada...”

Relato de un colono en búsqueda de tierras cultivables – Valdivia, Diciembre de 1852

“Como un enorme mar interior movido por la marea hacia arriba y hacia abajo, nos mostraba un laberinto lleno de pequeñas y grandes islas, estas ultimas no muy hospitalarias. Cubiertas por juncos semisumergidos, mostraban en su interior especies leñosas, características de terrenos pantanosos…”

Diario de Campo de Karls Manns – Valdivia, 25 de Julio de 1853

Desde río se logra ver las ruinas de la casa patronal del fundo, que ahora pertenece a forestal Valdivia, empresa que tiene a su cargo la administración del Parque Oncol y que utiliza el sector de San Ramón como lugar de recepción de la ruta fluvial hacia el parque.

La casa luego del terremoto fue paulatinamente abandonada hasta que hace algunos años atrás fue refaccionada. A poco estar con su esplendor de antaño un incendio devoro su figura y la dejo en ruinas nuevamente. Las leyendas y cuentos de los lugareños hablan de una sombra entre las llamas de la casa, las cuales podían ser vistas desde Punucapa. Así comenzó la leyenda de San Ramón.

A esta hora el día ya estaba hermoso una vez más y luego de unos 45 minutos de palear por el gran río cruces llegamos al muelle de Punucapa para conocer el pueblito y su feria costumbrista.

El nombre proviene de una alteración de la palabra del mapudungun Kunukapi. "Kunu" quiere decir; tierra negra, fértil y "Kapi"; vaina de legumbre. Por lo que se deduce que significa; Tierra apta para el cultivo de legumbres.

La localidad fue sometida por la corona española tras la fundación de Valdivia. En esa época se establecieron las principales familias en Punucapa.

Antes de 1987, el pueblo estaba aislado por tierra, y su única ruta de acceso era navegando el río Cruces. De hecho se piensa que tuvo un significante intercambio económico, por vía del río, con el pueblo Ainil, el predecesor de la ciudad de Valdivia. Según crónicas españolas, los indígenas de aquella zona bajaban el río en canoas para intercambiar productos aun durante el periodo colonial.

Existe una pequeña iglesia, bastante antigua y que ha tenido que ser refaccionada por su deterioro. Esta iglesia o también conocido como el Santuario de la Candelaria se comenzó a construir entre los años 1879 y 1880 por iniciativa del Rvdo. Don José Brahm, párroco de Valdivia. La primera celebración se llevo a cabo el 2 de febrero de 1882 y desde aquella época la fecha ha permanecido en la tradición punucapense y cada año cientos de peregrinos visitan el santuario y veneran a la virgen de la Candelaria.

Tras la visita a la Iglesia nos dirigimos al sector de la feria costumbrista y degustamos unas ricas empanadas con un rico vaso de chicha, nada malo tras varias millas náuticas de navegación. Luego de esta hermosa visita y ante la atenta mirada de los punucapenses nos alistamos a partir. Eran los últimos kilómetros de la travesía. El tramo es recomendable hacerlo de la forma mas recta posible, el río es muy ancho y pasa por sobre muchas hectáreas de campo, durante la marea alta o en invierno, navegar por entre los juncos es bastante factible y se ahorran varios kilómetros, además que la gran mayoría de los cisnes, patos, taguas y resto de fauna del santuario están cobijados tras el parapeto natural que ofrecen los bosques hundidos y los juncos.

Al divisar la isla teja, su parte norte, es emocionante pensar que lo hemos logrado, tan solo nos espera navegar el río Cau-cau y estaremos entrando triunfantes a la ciudad de Valdivia, así como alguna vez hace muchos años atrás los lugareños de Punucapa llegaban con sus productos para vender. Valdivia nos esperaban con su costanera llena de gente, un dia despejado y su hermoso puente Calle- calle presentándose ante nosotros imponente por sobre las aguas del Calle-calle.

Fue de esta forma y con este animo y felicidad que cuando eran las 16 hrs. aproximadamente del día Domingo y luego de hacer un recorrido por la costanera, el muelle fluvial y el museo de arte contemporáneo, siempre en el río y sobre nuestros fieles kayaks, desembarcamos en el club deportivo Phoenix y nos dispusimos a tomar la ultima foto y a darnos un abrazo de agradecimiento por tan lindo fin de semana juntos.

Un transecto más, amigos mas queridos que antes, muchas vivencias nuevas y desde hoy una nueva perspectiva de ver el mundo: aquella apacible tranquilidad que el cruces nos enseño.

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